Por Nallely Guadalupe Tello Méndez
La imprudencia del amor
Hace unos días me contagié de Covid. Tengo claro el día: un domingo, en casa de una de mis tías que tenía varios días enferma y necesitaba ayuda para sus cuidados. En fin, que ahí, junto con otra tía y una prima nos contagiamos -llegamos en horarios distintos, ni nos vimos pero no era necesario para compartir el virus unas horas después-.
Cuando tuve el diagnóstico pensé que el riesgo del contagio por visitar a mi familia lo había asumido desde el inicio de la pandemia y que ¡listo, ya estaba sentado en la mesa para servirse mis pulmones! No tuve miedo si no la certeza de que había que aceptar lo que estaba y actuar en consecuencia, no más.
Desafortunadamente, el día que había comenzado a tener síntomas también me había mojado mucho -otro furibundo acto de amor-: mi tía, la enferma A, cumplía años y aprovechando que yo estaba en el pueblo, mi primo tuvo la gentileza de invitarme al pastel que partirían solo ellos dos. Gran aguacero el que me agarró en la vereda y aunque me cambié rápidamente, la fiebre de esa noche y de la siguiente la atribuí a eso. Dos días después no pude oler el vaporrup pero, como sea me lo unte porque ése, como los postres, va directo al corazón, pensé.
Pedí una prueba de antígenos a la mañana siguiente, solo para confirmar lo que ya sabía dado que al probar el primer bocado del desayuno tampoco tenía gusto, de por sí nunca ha sido muy exquisito mi paladar pero sé reconocer entre lo dulce, lo salado y nada.
Lo que siguió fue una larga lista de llamadas:
Mamá:
-Ma, tengo Covid (Nótese que tampoco tengo tacto para dar noticias importantes)
-Vente a casa, qué vas a hacer por ahí sola
-Mami, en esta enfermedad la gente se aísla. No es que no quiera que me cuides es que puedo contagiarte a ti y a mi hermano. Tú no te preocupes, échame de ves en cuando unas frutas y sobrevivo.
-Terca.
-Yo también te quiero, ma.
(un momento de juicio en eso del amor vino bien a estas alturas)
Hermano, trabajo, amistades cercanas…
-Si necesitas algo, avísanos.
Acto seguido de que dicen “avísanos” comienzan a llegar mensajes y llamadas “¿estás bien? ¿Necesitas algo? ¿Ya tienes oximetro? ¿ya te tomaste la oxigenación? ¿Qué estás comiendo?¿Te llevo algo?¿vas a quedarte sola?”… Todo eso que es parte del enorme, enorme, enorme privilegio de la amistad, el cariño y la preocupación, también cansa cuando una tiene este virus. Hay días en que dar la vuelta en la cama es motivo de un cansancio infinito ¿hablar? Cada dos palabras tenía un ataque de tos y mientras me oían sacar los pulmones en el teléfono me decían: “si te oyes muy mal”, “si se oye que tienes mucha tos” ¡Claro, y voy a tener más mientras más hablemos! Terminaba por decir para cortar la conversación.
Como he dicho, no tuve miedo de tener el Covid pero tuve miedo del miedo que tiene la gente de enfermar.
A veces la ansiedad del acompañante satura a las pacientes. No voy a decir novedades pero creo debemos trabajar nuestro miedo a la enfermedad y a la muerte, ambas son parte del “peligro de estar vivos” y también como alguna vez me dijo una terapeuta debemos aprender a “contener nuestros deseos de ayudar” porque esa es nuestra necesidad, no de la otra persona. Estar enferme no necesariamente nos resta capacidad de decisión, no nos tendría que volver el objeto de quienes nos acompañan.
El tratamiento de las “Perlas de la Virgen”
Después de un tac de tórax y varios análisis de sangre dijeron que tenía neumonía y me mandaron siete medicamentos, uno de ellos particularmente carísimo. Sí, sé de la industria farmaceútica; sí, escuché del cloro; sí, quizá pude atenderme solo con tés y vaporizaciones -que quiero aclarar no dejé en ningún momento- pero cuando la ecuación fue “Covid+Neumonía/Tiempo” yo decidí echar toda la carne al asador. Si ya está una perdiendo la salud, lo ideal es poder elegir de acuerdo a la escucha de su cuerpo qué quiere hacer, cómo quiere curarse o siquiera arriesgarse.
El medicamento que tuve a bien nombrar el “Perlas de la Virgen” es particular, grosera y nefastamente caro. Era simplemente inaccesible para mi presupuesto así que fui yo quien empezó a marcar teléfonos, pidiendo ayuda.
Amistades/Familia
-Me dieron un medicamento que sale más caro que mi ataúd.
-Pero si le sumas la velación y lo que hay que dar en las nueve noches ya te sale más caro morirte. Mejor compra el medicamento, te prestamos y nos podemos cooperar entre varixs. Podemos rifar algo o lo que sea pero necesitas tomarlo.
Trabajo:
-Necesito apoyo. Este medicamento vale “las Perlas de la Virgen” por sí solo.
-No lo dudes. Pídelo. Vamos a ver cómo conseguir los recursos.
Hermano:
-Necesito todos estos medicamentos ¿Puedes ir por ellos?
-Ya los busco.
-Pásame tu número de cuenta para que te deposite
-Espera, parece que puedo conseguir varios, pero el caro de plano no.
….
-Listo!! ¡Me regalaron la mayoría!
-¿Cómo?
-Una amiga, Eli ¿la recuerdas? Su papá tuvo Covid y parece que le dieron ese mismo tratamiento y le sobraron bastantes. Paso a dejarlos a tu casa en una hora.
(Ojalá las historias alrededor del Covid fueran todas de generosidad pero no es así porque la humanidad tiene sus ambiciones, sus momentos de sacar provecho, sus complejidades y seguiremos lidiando con eso, siempre. Un domingo la persona que me inyectaba no podía venir y buscando quién lo hiciera un enfermero dijo que podía hacerlo por 500 pesos “fin de semana, paciente Covid, es tarde”. Nuevamente, alguna amiga -valiente y arriesgada-me salvó llegando a mi casa exclusivamente para ponerme el medicamento necesario. Ella se veía confiada pero a mi cada minuto que pasaba en mi casa me daba ansiedad pues no quería que estuviera demasiado tiempo expuesta al virus que deambulaba todo el espacio).
Retomando, el día que llegó el “Perlas de la Virgen”, me sugirieron hospitalizarme, dijeron que podrían tenerme en observación, que sería muchísimo mejor pero la reacción inmediata de mi alma fue decir que de ninguna manera. Apenas iba a empezar la toma de los medicamentos, no había dado chance a ellos y no me iba a meter a un hospital antes de eso. La lucha contra el Covid es física pero a su vez mental, espiritual y emocional, quería estar cerca de mis colores, de mi ropa, darme la vuelta y ver algo conocido, prender velas para no perder el ánimo o ver las fotos de mis abuelos a quienes, por cierto, bajé de su altar y los puse al lado de mi cama mientras les decía: “Estaban muy bien allá pero la lucha, papacitos, está aquí merito y les necesito”.
Negué, pues, la amable sugerencia de hospitalización. Además, habiendo conseguido el medicamento me parecía injusto ocupar una cama de hospital que quizá alguien podría requerir con más urgencia que yo. Ya las desigualdades se me hacían grotescas como para ocupar un espacio que a otro podría salvarle la vida, como a mi el medicamento bendito. Es probable que mi buena intención no ayudó a nadie. A los pocos días de esto se anunció que por adeudos de los Servicios de Salud de Oaxaca (SSO) 19 hospitales básicos y 11 generales se quedarían sin oxígeno, en plena tercera ola de Covid.
Siempre he sabido que quiero morir en mi casa, rodeada de mis cosas y mis recuerdos. Obviamente cuando me negué no es que pensara en morir pero sentí que con todo el amor que tenía detrás esa propuesta también atentaba contra mis necesidades, contra mi ruta de afrontamiento del Covid que pasaba por fortalecer mi alma, sobre todo con otras personas de mi familia con el virus y cuyos síntomas un día estaban mal y otros peor.
Sé que el tiempo apremia en estos casos, sé que siempre tendremos dudas de si estamos haciendo o no lo correcto, lo necesario, lo fundamental cuando nuestras personas queridas están enfermas pero no debemos olvidar que son ellas quienes están poniendo el cuerpo y por ese hecho debemos tener un gesto de escucha, de acompañamiento, de reconocimiento de su dignidad y mientras sea posible respetar sus decisiones.
Las personas enfermas estamos perdiendo muchas cosas: la salud, la dignidad porque tenemos que ser vistas en condiciones que no elegimos, la poca movilidad que nos quedaba para postrarnos en cama -en mi caso 16 horas boca abajo- y sé que queremos “salvar” a las personas que amamos pero como alguna vez le escuche decir a Anisha Ayappa -sanadora-: “Podemos llegar con todo nuestro fuego y pirotecnia pero tenemos que cerrarle la puerta al ego para trabajar lo que la compañera está dispuesta y lista para trabajar”.
Tuve que mojar fósforos ajenos para ver encender mi luz y salir de ésta pero, aun enfermo, el cuerpo es sabio y me ha costado tanto aprender a escuchar al mio que ahora que lo estoy haciendo no le voy a dar la espalda.
En el sexto día de la toma del “Perlas de la Virgen” me enteré de la muerte del pintor juchiteco Francisco López Monterrosa. Tengo una pieza suya en la pared de mi casa que se llama “La gorda”. Varias compañeras se cooperaron para podérmela regalar en un cumpleaños.
Nunca vi en persona al maestro Francisco pero con la noticia de su muerte circulando en el face entré a su muro y vi que unas horas antes de fallecer pidieron para él ese mismo medicamento que me a mi me había salvado: «A todos nuestros amigos y público en general: se solicita encarecidamente el medicamento Baricitinib 4 mg urgentemente, es para continuar el tratamiento de mi hermano Francisco López Monterrosa, ya que está agotado en el Istmo, no importa si son tabletas sueltas ni el precio, son vitales para el tratamiento de mi hermano Francisco…». Supongo que no alcanzó a llegarle para salvar su vida.
Pasé esa tarde mirando el regalo de mis amigas y pensando en la desigualdad, en la falta de acceso de medicamentos en las regiones de Oaxaca y también en que estoy viva y puedo mirar nuevamente el horizonte, como la mujer del grabado que el maestro tuvo a bien firmar :“Para Nallely, con afecto”. Para la vida, mi vida, diría yo.
Dice Marta Gómez en Canción Confinada «Que nadie venga a decirme que en el mismo barco andamos. Unos en el mar nadamos otros casi en tierra firme».
Sé que voy en el barco de las y los privilegiados porque tengo un empleo que me permitió ahorrar y enfrentar económicamente varios gastos, porque tengo unas compañeras de trabajo maravillosas que no escatimaron en su apoyo para mi, porque tuve acceso a atención médica, porque tengo una red de afectos que no solo me allegó la medicina, sino que trajo a mi casa pan para aminorar las penas, totopos y chintextle para animar mi comida, fruta; porque me enviaron música, poemas, fotos, audios, flores, velas, mensajes; porque hicieron oración por mi; porque tengo un hermano increíble que siempre estuvo al pendiente mío y en el día de su cumpleaños puso toda su disposición para ayudarme, este año le debo el festejo y quizá, también la vida.
Muchas veces tenemos que renacer, parirnos a nosotres mismes, tomar las manos de a lado y pujar por nuestra propia vida.
Vamos a seguir cometiendo imprudencias -no quiero animar a ellas- pero todes queremos cuidar a quienes amamos, todes tenemos neuronas espejo que actuarán en su momento para bien o para mal, todes tendremos que tomar decisiones querramos o no; aun así como uno es capaz de enfermarse por amor, también es posible sanar a través de él. El amor y la rabia ante la desigualdad y falta de acceso de las “Perlas de la Virgen” se multiplican y organizan en redes que hay que fortalecer día con día para que consigan la colecta de medicamentos que salvará a otres, para que las denuncias sobre las injusticias e inequidades sean escuchadas, para que la comida llegue a la puerta de quien no puede salir, para que los pacientes sanen o quienes mueren tengan un entierro digno. Ojalá que todes sumemos esfuerzo a estas redes para que sigan teniendo la fuerza suficiente para sostener, acunar, pescar o relanzar la vida.
Las redes salvan. Son nuestras y somos nosotres, salvándonos en este mar oscuro que nos toca atravesar como humanidad, ojalá que sean tantas, suficientes y tan fuertes que quepan en ellas las más vidas posibles.