Nada estrujó tanto el corazón del pueblo Ayuujk como el enterrar a sus muertos en total sigilo: Yásnaya Elena

º Volver a escuchar la banda de música, volvió el alma a la comunidad de Ayutla

º La pandemia por el covid-19 afectó la organización sociopolítica de los pueblos originarios al cancelarse sus rituales, sus fiestas y sus asambleas comunitarias

Pedro Matías

OAXACA, Oax. (Consorcio-Oaxaca).- Nada estrujó tanto el corazón del pueblo Ayuujk (mixe) como el enterrar a un ser querido en total sigilo. Y es que durante la pandemia se cancelaron duelos y entierros con la tradicional banda de viento.

El sepulcral silencio carcomió el alma de la comunalidad porque la gente, principalmente adulta, se quedaba con alguna culpa por no despedir a sus muertos con sus rituales y su música fúnebre para que puedan traspasar al otro mundo.

En estas tierras sostenidas por notas musicales que alegran las fiestas, deleitan encuentros comunitarios o despiden a sus muertos, la pandemia por el covid-19 afectó la organización sociopolítica de los pueblos originarios.

Así lo reconoció la escritora ayuujk, Yásnaya Elena Aguilar Gil, quien se conmovió hasta las lágrimas cuando, hace apenas unos días, volvió a escuchar las notas musicales de la Banda de Música. Los sonidos de los oboes, fagotes, flautas, clarinetes, requintos, clarinetes bajos, saxofones hicieron revivir a la comunidad.

La lingüista confiesa fue muy fuerte lo que vivió al contagiarse del covid-19, pero lo que mas dolió al alma fue el sepulcral silencio que imperó durante la pandemia.

Enterrar a nuestros muertos en silencio, sin música, sin el acompañamiento de la comunidad, sin misas, fue enloquecedor porque algunos lo sintieron como una traición o un egoísmo.

No hacer el ritual de velarlos las dos noches, enterrarlo al tercer día y despedirlos con la banda de música, fue muy duro.

Entonces, cuando yo volví a escuchar, hace unos días, la banda de música, se me humedecieron los ojos. Esa fue mi primera reacción. Dije, ¡guau!, volvió la vida.

La investigadora reconoció que la pandemia afectó la organización sociopolítica porque con la fiesta se liberan todas las tensiones; las asambleas comunitarias tuvieron que reducirse al mínimo y los rituales de los duelos y entierros, se cancelaron.

Narra que la música te permite desahogarte y aquí (en la región mixe), cada comunidad resguarda un archivo musical funerario que durante dos años permaneció silente.

Existe la creencia de que al no poder despedir a las personas como se debe con los rituales de la comunidad también afecta la forma de cómo se elabora el duelo porque si no haces bien los rituales no pueden pasar como al otro mundo, entonces, van a estar sufriendo aquí. Hay toda una cosmovisión que ayuda tradicionalmente al duelo pero que aquí jugaba en contra.

Yásnaya Elena (Ayutla Mixe, 1981) considera que su comunidad existe como alguna culpa por no despedir a sus muertos con música. Lo que se ha hecho es un asunto mas personal. La gente que yo conozco hace otros rituales para compensar esa falta.

Insistió en que “vi que había entierros sin música, era muy fuerte porque nunca había visto algo así. Incluso cuando nos robaron los instrumentos de música (junio de 2021), resolvieron de algún modo que hubiera música, pero en la pandemia, como se canceló esa parte, no nos podíamos reunir, eso fue muy duro, principalmente para la gente mayor.

Fue muy difícil de convencerles de que no fueran a los duelos: ¿Cómo no vamos a ir?, decían.

Mencionó el caso del doctor Esaú. Fue el primer doctor de Ayutla. Falleció de covid-19, atendiendo pacientes con covid-19. Se infectó y no lo logró. Eso fue muy duro comunitariamente porque no se podían hacer misas, nada, y se sentía como una traición, fue muy difícil explicar eso a las personas mayores.

CONTAGIOS

La defensora de los derechos lingüísticos confiesa que ya se contagió en dos ocasiones del virus SARS-CoV-2:

Yo me contagie justo hace un año, en febrero de 2021, y me volví a contagiar, ya estando vacunada, hace un mes (febrero de 2022) me volvió a dar.

No me tomé ni un solo paracetamol. Me di baños con flores de sauco, de bugambilias, de brotes tiernos de carrizo y xëëpat’ejxp.

Estuve tres semanas en un cuartito. Me cansaba un montón la primera vez que me contagie. Eso me trajo consecuencias: Me dio encefalitis, se me inflamó el cerebro, pero las recetas de la medicina tradicional me dieron alivio.

Yo pasé todo el covid-19 sin tomar un solo paracetamol, con pura medicina tradicional para paliar los efectos porque en realidad no hay cura, pero para bajar las fiebres fue utilizar las flores de sauco, tomar tés.

Algo que le satisface de esta pandemia es que “yo vi a muchas personas intercambiándose esas recetas que están ahí, pero que ahora se popularizaron mas. Y no soy el único caso donde la gente volvió a todo lo que utilizamos, entonces, hubo un intercambio de ese conocimiento y su reavivación”.

Al infectarme yo, la gente me mandó atoles, tés de bugambilia, de jengibre con ajo, tostadas, me dio baños de sauco. Y compartían: esta familia se la pasó así, mi abuelita hacia esto y fue muy interesante saber de esos conocimientos.

En una colaboración al País compartió:

“Las pequeñas flores de sauco se han pegado a distintos pliegues de mi piel, se guardan dentro de la oreja, se caen de mi cabello, ya secas se van despegando y se mezclan con las semillas de los tomates verdes que también me aplicaron en todo el cuerpo, se aplastaron calientes y viscosos sobre mi espalda expulsando su masa fluida de minúsculas semillas. Me obsesiona hallar esas flores muertas que se adhieren a mi piel después de absorber la fiebre que vuelve por la tarde, me entretengo despegándolas de los muslos, los pechos y los hombros”.

Cuando comenzó la pandemia apoyaron con bulto de maíz o despensa a las primeras familias de Ayutla que se contagiaron y se les fue a dejar, de lejitos, esa ayuda comunitaria para que no salieran y tuvieran alimentos para afrontar este asunto.

Sin embargo, confesó que “a mi lo que mas me conmovió fue esta abuelita diciendo: ‘yo no quiero morir sin escuchar mi lengua’ porque estaba muy consciente que en el hospital no iba a tener acompañamiento de su gente. Aquí es muy importante cuando vas muriendo, que la gente, te habla y te recomienda, ‘ya suelta’, ‘deja ir’, ‘vamos a estar bien’ o piden disculpas, entonces, vas acompañado de las palabras en su lengua. Y aquí, decía ella, morir entre gente desconocida y escuchar una lengua que no es el mixe, no. Esa persona vive.

También la gente mayor nos contaba de otras pandemias, como que se desempolvaron recuerdos, ha de ver sido la influenza española.

Otros decían, ‘yo sí voy a ir al funeral porque no puedo ser egoísta porque si entre mas le temes y eres egoísta y quieres salvarte tú, va a ser mas difícil la parte colectiva’.

La realidad es que desde marzo de 2020, la autoridad de Ayutla estableció filtros sanitarios y nos iba tocando a los comuneros o comuneras vigilar durante dos o tres horas al día.

Aquí las autoridades, la regidora de salud y del aval comunitario fueron muy activas, nos unimos, ellas nos convocaron y ellas traducíamos en la radio, exponiendo mesas en el centro de la población lavándonos las manos y que sí existía el virus.

Al preguntarle que todos apostaban a la pandemia iba a haber una tragedia en las comunidades indígenas, dijo:

“Yo incluso, también lo pensé, yo dije, con todo el asunto del azúcar que ha pegado mucho en las comunidades, con las pésimas carreteras y las deficiencias, carencias o mala atención de la red hospitalaria, pensé nos va a ir muy rudo. Yo creo que una buena parte también fue la solidaridad comunitaria”.

Entiendo a las comunidades que no querían soltar la fiesta porque sí ha sido muy fuerte, incluso en ciertos comunidades en donde las mayordomías y dar de comer a las bandas es parte del escalafón comunitario, afectó y también aquí.

También afectó la organización sociopolítica porque todas las tensiones que se liberan con la fiesta se contuvieron, las asambleas tuvieron que reducirse al mínimo y eso fue muy duro para los pueblos originarios porque se afectaron mucho la parte de los rituales. Afortunadamente, la vida ha vuelto porque la banda de música comenzó a ensayar por secciones.

Ayutla al ser la puerta de entrada a la región mixe, yo auguré una catástrofe, pero casualmente esta región no ha tenido tantas muertes. Hay perdidas lamentables pero el número no ha sido tan fuerte. La misma comunidad aplicó mecanismos de defensa.

Prohibieron el paso. Y se crearon mas mercaditos propios.

Conclusiones de la pandemia: de las cosas negativas fue darnos cuenta de cómo estar adoptando otros patrones alimenticios afecta mucho.

Y de las cosas positivas es que vi como que se volvió a retomar o retornar a los remedios tradicionales y a plantearse ¿Qué está pasando con el consumo de muchos azúcares refinados?

PANDEMIA EN PUEBLOS INDÍGENAS

De acuerdo al reporte del Sistema de Vigilancia Epidemiológica de Enfermedad Respiratoria Viral (SISVER) con fecha 10 de noviembre de 2021, durante la pandemia por covid-19 se han confirmado 34 mil 917 casos positivos entre la población que se reconoce como indígena, de los cuales 52% son hombres y 48% mujeres.

Y Oaxaca ocupa el primer lugar en casos positivos con cuatro mil 727, seguido de Yucatán con cuatro mil 591, San Luis Potosí con tres mil 560; Ciudad de México con tres mil 374; Hidalgo con dos mil 365, Guerrero con dos mil 336, estado de México con mil 917, Tabasco con mil 677, Puebla con mil 300 y Quintana Roo mil 146.

De acuerdo a edad, los casos positivos se presentaron mayoritariamente en el grupo de 35 a 39 años y del total de casos los afectados por ocupación son del hogar, empleados, campesinos y trabajadores de salud.

El virus el SARS-CoV-2 (coronavirus) también ha enlutado hogares entre la población indígena al acumular cuatro mil 366 defunciones por covid-19, de las cuales el 62 por ciento corresponden a hombres y 38 por ciento a mujeres.

En este panorama Yucatán ocupa el primer lugar al acumular 739 defunciones por covid-19 seguido de Oaxaca con 714, Puebla con 390, Hidalgo con 324, Ciudad de México con 281, estado de México 235, Michoacán con 207, Quintana Roo con 187, San Luis Potosí con 177 y Guerrero con 176.

Respecto a trabajadores de salud indígenas se reportaron 35 defunciones, entre ellos, 16 médicos, 10 otros trabajadores de l salud siete enfermeras y dos dentistas.

Por edad el grupo etario mas afectado con defunciones es el de 65-69 años de edad al sumar 629, mientras que por ocupación la población mas afectada es del hogar (1,418) y campesinos (879).

El reporte resalta que las defunciones confirmadas en población según comorbilidad se concentran principalmente en hipertensión, diabetes y obesidad.

Coral logró superar la Covid-19 y no formar parte de las estadísticas de muerte materna asociadas a la pandemia

*Andoeni, su pequeña hija, nació en plena pandemia

* En Oaxaca, las muertes maternas asociadas a Covid-19 suman 33 de febrero de 2020 a febrero de 2022

Paulina Ríos Olivera

Andoeni Micaela nació el 15 de octubre de 2021. Flor pequeña (Andoeni en otomí) es una de las 58,301 “niñas pandemia” porque nacieron en Oaxaca después de febrero del 2020, cuando se determinó que el mundo estaba invadido por el nuevo virus SAR-CoV-2.

Y aunque no fue un embarazo planeado, fue una bebé muy amada desde el momento en que Coral y Miguel -madre y padre- y toda la demás familia de ambos supieron que venía en camino.

El embarazo de Coral transcurría con toda la normalidad posible que puede tenerse en un ambiente en el que la acechante sombra del coronavirus acompaña el diario vivir de las personas.

Durante uno de tantos repuntes de la pandemia, en el centro laboral de Coral se presentó un brote pese al incremento de medidas sanitarias que se implementaron.

Sabiendo del riesgo que corría, también tomó sus precauciones y laboró menos tiempo; sin embargo, se contagió a finales de su segundo trimestre de embarazo.

Fueron días de pánico para la joven que sería madre por primera vez y tras saberse infectada buscó la forma de atenderse lo más rápido posible debido a que es asmática, padecimiento bronquial que incrementa el riesgo de complicaciones y/o muerte ante el coronavirus.

“La verdad, fue muy traumático para mí, ningún médico particular me quería atender porque estaba embarazada. Tuve mucha tos, diarrea, perdí la vista, estuve con tanque de oxígeno, se me coaguló la sangre, me internaron porque estuve a punto de una trombosis.

“El mayor temor que tuve durante mi embarazo era que pudiera perder a mi bebé, y después de la Covid fue que mi hija pudiera nacer con una discapacidad o una malformación por todos los medicamentos que tomé, mucho cortisol; también me hicieron muchas radiografías.

“También eso te genera muchísimo estrés, porque te hacen firmar muchas responsivas por mi embarazo. Que mi hija pudiera tener una malformación por toda la radiación que yo tuve en ese momento era lo que más preocupaba”, recuerda.

Al respecto, el maestro en Psicoterapia Hernán García Cortés explicó que el estado fisiológico de las mujeres cambia cuando se saben embarazadas, sienten miedo y estrés por la llegada un nuevo ser, pero con la pandemia esos miedos y temores se exacerbaron.

El también titular de la Coordinación del Componente Violencia de Género en los Servicios de Salud de Oaxaca (SSO) explicó que sin estar en pandemia las mujeres que se embarazan aumentan su estrés entre un 12 y 15 por ciento.

Sin embargo, las mujeres que se han embarazado en pandemia han aumentado sus niveles de estrés en más del 30 por ciento.

Indicó que, de acuerdo con estudios realizados, durante los dos primeros años de la pandemia por Covid-19 las embarazadas duplicaron los porcentajes de estrés y en algunos casos lo triplicaron; es decir, mantuvieron niveles entre el 30 y 45% más.

Por ello, considera que todas las embarazadas deben recibir atención psicológica, lo que -aseguró- se hace en todos los Centros de Salud; sobre todo con aquellas mujeres que sienten ansiedad, tensión corporal, ganas de llorar, buscan aislarse, les falta el aire.

Con muchos gastos en medicamentos, rayos X, análisis clínicos y consultas privadas que corrieron por su cuenta, Coral logró superar la Covid-19 y no formar parte de las estadísticas de muerte materna asociadas a Covid.

En Oaxaca, las muertes maternas asociadas a Covid-19 suman 33 de febrero de 2020 a febrero de 2022; que corresponden a 8 en 2020, 22 en el 2021, y 3 hasta febrero de 2022.

La cifra del primer año de pandemia declarada en México podría ser más elevada, porque no se sabía nada del comportamiento del virus SAR-CoV-2, ni cómo impactaba, por lo que pudieran ser más de 8 los casos, advierte la doctora Clara Jerónimo Cruz, jefa del Departamento de Vigilancia Epidemiológica de los SSO.

A poco más de dos años del inicio de la pandemia, las posibilidades de evitar en mayor medida las muertes maternas asociadas a Covid son más altas, pues ya se conoce más del virus y se tienen más medicamentos, pero no por eso hay que bajar la guardia, señala Jerónimo Cruz.

Y en la vida de Coral, aunque pudo superarla, la Covid-19 le dejó más sinsabores. Se quedó sin trabajo porque su patrón prefirió pagarle una buena indemnización y no correr más riesgos con ella por su comorbilidad.

También, a pesar de ser derechohabiente del Instituto Mexicano del Seguro Social (IMSS), la atención que recibió en este lugar para ella dejó mucho qué desear y solo lo requirió otra vez para el parto, en el que -por si fuera poco-, sufrió violencia obstétrica.

A la fecha, no ha recibido ningún tipo de apoyo sicológico y aún vive con angustia porque la pandemia no se extingue y ahora también le preocupa que la pequeña Andoeni pueda contagiarse o ella volver a tener el coronavirus y no poder tomar ni siquiera algún té para mitigar los efectos, pues para ella son contraproducentes.

Para evitar el contagio a su bebé y a su familia, “se desinfectan de pies a cabeza” siempre que llegan a su casa, o cualquiera que lo haga. También cuando tiene que salir, el spray o gel desinfectante no puede faltar en su bolsa, además del cubrebocas.

“Para la nena, evitamos que alguien la cargue sin cubrebocas, si vienen a visitarla. Para nuestros cubrebocas tenemos un área exclusiva para ponerlos ahí, para la nena, evitamos además que alguien la cargue sin cubrebocas”, finaliza.

María Fernanda: Sin oportunidad de despedirme, el Covid me arrebató a mi bebé

Nathalie Gómez

El moño grande de tela blanca en la puerta anuncia el luto de la familia. Fernando Gabriel era el primer hijo de María Fernanda Ávila Hernández, se contagió de Covid-19 en febrero del 2021 y falleció a la edad de un año y cuatro meses.

A sus 15 años, supo de su embarazo de cuatro meses. Enfrentó miedos, dudas, pero la llegada de su bebé llenó de alegría su vida y la de su familia, también fue el primer nieto y primer biznieto.

“Nació por parto natural, muy sano. El problema fue que en febrero de este año empezó con vómito, lo llevé a consulta a Farmacias Similares, pero ya iba en deshidratación. Ahí me dijeron que no lo podían atender porque necesitaba canalizarse a un hospital”, recordó. 

Llegó al Hospital General Pilar Sánchez Villavicencio, de Huajuapan de León en la región Mixteca de Oaxaca, municipio en donde vive María Fernanda con su mamá y su abuelita.

Lo ingresaron de inmediato y le pusieron oxígeno porque su saturación era muy baja y comenzaba a convulsionar.

Fue el 12 de febrero del 2021. Fernando Gabriel tenía 10 meses de edad, le hicieron la prueba del SARS-CoV-2 y dio positivo.

El personal médico le suministró medicamentos, oxígeno, le controló sus convulsiones y estuvo hospitalizado casi un mes.

SOLIDARIDAD

María Fernanda y su pareja estuvieron prácticamente viviendo afuera del hospital general mientras su bebé estuvo internado. Les pedían medicamentos y recuerda que casi diario se le tenían que hacer estudios. 

La pensión de la abuelita de María Fernanda y el sueldo de su mamá, con quienes vive, fueron insuficientes.

Gracias a una señora que también tenía a su bebé internado, el caso se dio a conocer en redes sociales y mucha gente se solidarizó con ellos.

Les llevaron una casa de campaña, comida, cobijas, dinero. María Guadalupe Hernández Martínez, madre de María Fernanda, compartió que, en un mes, estiman que los gastos fueron de más de 50 mil pesos, recursos que como familia no tenían. 

“Mucha gente nos apoyó mucho y estamos inmensamente agradecidas porque, sin su ayuda, mi Gabriel no hubiera vivido el tiempo que vivió”, confiesa.

Por su estado de salud, el 23 de febrero fue trasladado a la capital del estado. 

Gracias a las gestiones, la familia no tuvo que pagar los gastos de la ambulancia para el traslado, ni la cuenta del hospital. Estando en la ciudad de Oaxaca, recibían dinero de su familia y vecinos.

Fue ingresado al área Covid del Hospital de la Niñez Oaxaqueña, con otros bebés, pero aislado.

Mientras Fernando Gabriel luchaba por su vida, María Fernanda y su pareja se esforzaban por resistir; rentaron un cuarto de mil 200 pesos que estaba a la vuelta del hospital, para estar al pendiente de él.

Algunos medicamentos les fueron dados en el hospital, la familia compró otros dos en 200 y 400 pesos.

Estuvo 15 días en aislamiento, luego lo pasaron al área de Medicina Interna, fue entonces cuando sus padres lo volvieron a ver y fue dado de alta el 23 de marzo.

“Me dijeron que su recuperación iba a ser lenta, pero que sí se iba a poder recuperar con sus medicamentos, rehabilitación y mucha paciencia”, compartió.

La estadía en Oaxaca se alargó por unas semanas más porque tenían que llevarlo a citas médicas posteriores.

ESPERANZA 

“Cuando regresamos a Huajuapan venía bien, no parecía un niño enfermo, estaba risueño como siempre, porque si algo le caracterizaba, era su alegría y que era muy cariñoso”, recordó María Fernanda.

Ya en su hogar, una casa ubicada en la colonia Del Maestro, en Huajuapan, de repente tenía fiebre o vómito.

“Me dijeron que no se podía enfermar porque eso podría retrasar su tratamiento, iba más o menos, pero comenzó otra vez con sus crisis convulsivas y con vómito. La última vez se debilitó mucho”, dijo María Fernanda.

Fernando Gabriel volvió a ser llevado al hospital general de Huajuapan el 21 de agosto, fue intubado porque las convulsiones eran incontrolables.

“Me dijeron que sus pulmones habían dejado de funcionar y que a uno de ellos le había entrado una infección y que estaba muy mal”, dijo ella.

“Le dije al personal médico que faltaban dos días para que terminara su aislamiento porque le había vuelto a dar Covid. Ellos lo metieron de inmediato al área de enfermedades respiratorias, y de ahí yo ya no pude estar en el hospital porque estaba embarazada y a punto de tener a mi segundo bebé”, recordó.

Al papá de Fernando Gabriel, que estaba al pendiente afuera del hospital, el personal médico le dijo que vendrían dos días cruciales, si sobrevivía a ellos, lo que seguiría es hacerle transfusiones de sangre.

“Le dijeron a mi yerno que podía pasar a verlo, entró, le dio ánimos, yo fui a pagar la luz porque nos la habían cortado, aún no llegaba a Comisión Federal de Electricidad (CFE) cuando me habló por teléfono, llorando, para decirme que Gabriel había fallecido”, dijo María Guadalupe.

SIN DESPEDIDA

Fernanda estaba en su casa y dos días después de tener a su segundo bebé, una vecina, muy apenada por la situación, tocó a su puerta.

Abrió y la señora le dijo que lamentaba mucho su pérdida; así supo Fernando Gabriel había fallecido.

María Fernanda tiene un gran dolor por haber perdido a su hijo, pero le pesa aún más el hecho de no haberse despedido de él.

“Cuando lo llevamos al hospital y lo ingresaron yo pensé que lo volveríamos a ver. Luego supe que falleció, pero no pude ir al sepelio porque estaba recién aliviada, me duele mucho porque siento que no me he podido despedir de él”, expresó.

Compartió que algunas veces lo sueña que está vivo y sonriente, incluso otras veces le parece escuchar su risa en la casa, en los espacios donde jugaba.

Después de que falleció, el cuerpo del bebé fue resguardado por una funeraria, por ser muerte por Covid-19 la familia se apresuró a conseguir un lugar para el sepelio en el panteón Jardines del Recuerdo, en la colonia donde habitan, vieron la cajita pequeña, sellada, a la que despidieron “de lejos”.

INTRANQUILIDAD

“Cuando nos hablaron de Oaxaca para preguntar si no íbamos a llevar a Gabriel a su cita, les dijimos que había fallecido. Su doctor dijo que lo que tenía el bebé no era para que falleciera, su diagnóstico era que iba a tardar, pero iba a salir adelante porque no estaba tan grave para morir y menos en tan poco tiempo”, informó María Guadalupe.

Además, el 3 de septiembre, en el hospital del IMSS de Huajuapan, a una familia le dieron en un ataúd la pierna de una persona adulta, en lugar del cuerpo de su bebé fallecido, situación que se dio a conocer en medios de comunicación el 8 de septiembre de este 2021.

“Ya teníamos esa intranquilidad de no habernos podido despedir de mi niño, pero fue peor después de esa noticia. Lo que nosotros quisiéramos saber es si de verdad nos entregaron a nuestro bebé, sin que se piense que queremos dejar en mal al hospital, pero para estar un poco más tranquilos”, dijo María Guadalupe.

“A su papá le pidieron entrar a verlo y en menos de una hora le dijeron que falleció y de ahí no permitieron que nadie más lo viera, sólo los de la funeraria para que lo prepararan, colocaran en la cajita y la sellaran”, explicó la abuelita de Gabriel.

Fernando Gabriel fue sepultado por su papá, su abuelita y unos tíos. Por la pandemia, no hubo velación, tampoco los nueve rezos como se acostumbra, a los nueve días se hizo una misa a la que asistieron ocho personas, las más allegadas. Tres días después se le colocó su cruz en la tumba donde descansa.

No hubo tiempo de bautizarlo, como a la familia le hubiera gustado, un sacerdote les envió agua bendita y un texto para que le leyeran mientras se la ponían en la cabecita, cuando estaba muy enfermo. 

Guadalupe recomendó a la gente que cuide mucho a sus hijos, que no los expongan, “porque es muy fuerte perder a un bebé y más en estas condiciones que ha obligado la pandemia, sin despedidas, sin compañía”.

Considera que, si las condiciones económicas fueran distintas, su historia no se estuviera contando de esta manera.

Bertha Rosalía Martínez Arias, bisabuelita de Gabriel trata de dar mucho ánimo a su familia. 

A su nieta, sobre todo, le dice que “se fue él, pero no le dejó sus manos vacías, porque está el bebé, eso es algo grande y milagroso, algo que viene de Dios, que es quien nos dará mucha fuerza”.

Fernando Gabriel es el único bebé que falleció por Covid-19 en el hospital general de Huajuapan durante el año 2021 y lo que va del 2022, de acuerdo a los Servicios de Salud de Oaxaca (SSO), que concentran las estadísticas de pacientes del SARS-CoV-2 en la entidad.

Su acta de defunción especifica que la causa de muerte fue: “Covid-19 de seis días, estado epiléptico seis días, neumonía atípica de dos días y encefalitis autoinmune de un año”.

LAS DEFICIENCIAS

Las dos ocasiones de contagio fue atendido en un hospital obsoleto, que durante esta pandemia contó con cinco camas para pacientes Covid y una para pediátricos, que llegaron a ser insuficientes para la población que debía atenderse.

Desde el 31 de diciembre de 2020 hasta el 25 de febrero del 2021, se tuvo la peor situación en el hospital. 

Se saturó el área Covid y había una lista de espera que llegó a tener unas 15 personas, de las cuales no todas lograron sobrevivir.

La estrategia a la que recurrió el personal fue enviar a las personas enfermas a sus domicilios, con oxígeno, vía telefónica se les monitoreaba y recetaba.

Hubo gente que se fue a clínicas y con doctores particulares, pero ahí lo complicado era el costo. En la segunda ola, sobre todo, conseguir un doctor o enfermera era complicadísimo. 

Había quienes cobraban 2 mil 500 pesos por ir a un domicilio a aplicar una vacuna a un paciente Covid. Otras personas cobraban 5 mil por ir a darles seguimiento, revisar su oxigenación, suministrar medicamento, hacer sus nebulizaciones, un rato nada más.

En Huajuapan hubo escasez de oxígeno, principalmente en los meses de enero y febrero, mes en que se contagió Fernando Gabriel por primera vez. 

El hospital Pilar Sánchez Villavicencio tuvo que atender con el 60 por ciento del personal, de un total de 262; es decir, cerca de 150 trabajadores, porque el resto se mandó a resguardo pues padecían diabetes, hipertensión, obesidad.

“Había personal médico, de enfermería, paramédico, y administrativo, pero hubo un momento en el que ya no teníamos médicos para poder entrar a esa área y los compañeros se empezaron a enfermar. Los que se hacían cargo eran los médicos internistas”, explicaron trabajadores del sector salud del hospital general.

Éste se creó en 1982 como un Centro de salud y sus 30 camas han sido insuficientes, por lo menos las últimas dos décadas, al grado, muchas veces, de que pacientes han sido atendidos en los pasillos.

Este hospital tiene la responsabilidad de atender una población de 90 mil habitantes, y un área de influencia de 198 mil personas de 54 comunidades de la región.

PROMESAS INCUMPLIDAS

Tendría que ser sustituido por un hospital que, además, contaría con una de las 50 salas de labor que habría en diversos hospitales de la entidad oaxaqueña, tendría 60 camas, hospitalización, dos quirófanos.

En tres hectáreas de superficie se construiría un inmueble de 11 mil metros cuadrados de edificación, beneficiando a 117 mil habitantes de la región.

El costo total de la obra era de 170 millones de pesos, 83 millones de una primera etapa, a lo que se agregaría el equipamiento, por lo que, en total, la inversión sería de 285 millones.

De ellos, había la “orden de 83 millones, ya puestos en cartera”, anunciaron las autoridades estatales encabezadas por el ex gobernador Gabino Cue Monteagudo, un 5 de febrero de 2014, con la presencia de diputadas locales y federales, autoridades municipales, personal médico que ya había presenciado cuatro colocaciones de primeras piedras por la misma obra.

El ayuntamiento de Huajuapan de León en la administración 2014-2016, interpuso la controversia constitucional 38/2015.

La Suprema Corte de Justicia de la Nación (SCJN) ordenó al Gobierno del Estado de Oaxaca construir el hospital y le dio 18 meses para hacerlo.

Sin embargo, para este mes de marzo de 2022, en el predio de la agencia Agua Dulce donde tendría que estar el tan anhelado y urgente hospital, sólo hay montículos de tierra y una pequeña represa, incluidos algunos peces.

La maternidad es deseada o no será, aun con pandemia: El reto de la crianza

Diana Manzo

Oaxaca, Oax.- La pandemia le dejó a Nathalie dos lecciones: la primera, valorar la salud, y la segunda ser feliz. 

Después de vivir un contagio por dengue hemorrágico en plena cúspide de la pandemia de Covid-19 y ser cuidadora de su madre y su padre, personas adultas mayores contagiados por este virus, la joven de 37 años de edad decidió convertirse en madre.

La maternidad es deseada o no será aún en pandemia asegura Nathalie, quien decidió embarazarse y pronto asumirá el reto de la crianza de su bebé.

Cuando confirmó su embarazo, el miedo a un contagio fue alto, pero lo ha superado exagerando los cuidados, uno de ellos es la elección de la clínica en donde dará a luz en las próximas semanas.

“Elegir ser madre en plena pandemia me ha enseñado que la maternidad es deseada, y así lo hice, soy plenamente feliz con esta elección”, afirma.

Decidir que el 2021 era el año para convertirme en madre es un regalo de la vida, señala contundente la joven, quien además no ha interrumpido sus actividades laborales.

Nathalie está consciente de que en ciertas ocasiones “el temor a contagiarse” anide en ciertas ocasiones en su ser, “y es normal, porque estás cargando a otra persona en tu vientre, pero lo más sano es saberse lista para enfrentar este reto”.

“Tengo el apoyo de mi pareja y mi familia, ¡Qué más puedo esperar!, ahora solo queda dar a luz a mi hija y criarla, que es también otra hazaña, porque a la fecha no me he contagiado de Covid-19”.

Desde el 2020 -cuando comenzó la pandemia-, las embarazadas han tenido que enfrentar dificultades; una de ellas es encontrar una clínica donde no atiendan a pacientes Covid-19, las cuales son mínimas, detalló.

De acuerdo con datos de los Servicios de Salud de Oaxaca  (SSO) suman 33 muertes maternas relacionadas a Covid- 19 desde el 2020 a febrero del 2022.

***Una “hazaña” la crianza de una bebé en pandemia

La crianza de una persona recién nacida en la cúspide de la pandemia se convirtió en una verdadera hazaña para Natividad, su embarazó no fue de alto riesgo, pero para evitar un contagio cuidó todo.

Natividad tuvo a su hija en un hospital público del Istmo de Tehuantepec, donde también se atendía a pacientes de Covid-19, por fortuna salió librada, pero asegura que ahora su reto es la crianza.

Natividad estableció protocolos sin que nadie la oriente, todo ha sido por sentido común y lo colectado en las redes sociales. 

Restringió las visitas, tampoco hubo besos ni abrazos y su pequeña hija solo la ubica por el sonido de su voz y sus ojos detrás de la mascarilla que no se quita mientras tiene contacto con ella.

Natividad ha privilegiado también alimentarla de su leche materna para disminuir los riesgos de contagio en la menor, mientras que ella usa siempre su cubrebocas y constantemente se lava las manos.

La joven madre toma tres vehículos para llegar a su destino cuando requiere ir a una necesidad médica: un mototaxi, un taxi y un camión, unidades de transporte público que la trasladan al Hospital del ISSSTE en Tehuantepec.

Durante ese trayecto va rezando esperando que su ida y retorno sea para bien.

“Ir por las vacunas es la única necesidad que nos ha obligado a salir de la casa, y ante tanto contagio o las noticias que vemos, pues temo mucho, pero no hay otra opción, la tengo que llevar al hospital y eso es un riesgo; por fortuna, en estos cuatro meses no nos hemos contagiado”.

Nada ha sido sencillo, recalcó Natividad, pues diariamente vive “con el Jesús en la boca” pues su mayor temor es un contagio masivo en su hogar, desde ella, su hija y sus hermanas que también la ayudan a cuidar a la menor.

***Niños menores de dos años no se recomienda uso de cubre bocas

La pediatra Alondra Alcázar, quien labora en el Hospital General de Juchitán, recomendó cuidados extremos para las y los recién nacidos y precisó que antes de los dos años no deben usar cubre bocas, pero sus madres y padres y demás familiares sí.

La especialista dijo que para evitar un contagio está prohibido que las y los bebés salgan, a menos que sea por vacunas o un caso extremo; además, deben evitarse las visitas y es importante la alimentación del seno materno.

La médica agregó que el consumo de vitamina C es básico y primordial, y no precisamente a través de suplementos o gotas, sino de consumir frutas y verduras, que es la mejor forma de que esta vitamina ayude al cuerpo de la madre.

“Con los bebés se deben redoblar los esfuerzos, es importante tomar esta pandemia con la responsabilidad que genera, porque aquí en el hospital hemos tenido menores de edad infectados y realmente es preocupante, por fortuna muchos se recuperan, pero es mejor evitar un contagio”, advirtió.

ES ABRIL, SON LA 1:25  

Por: Dra. Alejandra Galindo

Es abril, son la 1:25 de la tarde y estoy llegando al trabajo. Ese edificio color beige que me recibe todas las tardes, muy diferente desde hace semanas. Desde que salí, voy pensando en entrar por la otra puerta e ir directo a cambiarme la ropa, los mismos pasos una y otra vez.

Hay que pasar por afuera del hospital para no entrar al área contaminada, al pasillo de pacientes, por eso camino por la banqueta, bajo el sol, saludo al guardia, parece siempre haber uno diferente. El día de hoy es un hombre de tez morena, tendrá unos 50 años, delgado, barba y cabellos más grises que el color castaño que se asoma desde algunas partes de su cabeza, usa cubrebocas, y no estoy segura si me sonríe, quizá sí. 

Hay que cruzar el pasillo y detenerse en la oficina de urgencias para recibir el equipo, justo frente al área de los pacientes aislados, me dispongo a entrar al área de cambio, con la mochila llena, siempre preguntan qué traigo en ella, podrían encontrar un autobús entero si se asomaran ahí dentro. El aire acondicionado es un lujo que sólo se puede gozar en la oficina y los pasillos, una vez adentro no habrá más que calor. Hay que seguir el ritual aprendido desde hace semanas, un error, una abertura, un asomo de piel a través de la bata, un hilo suelto, son un riesgo de infección. Han pasado minutos desde que llegué, muchos, quizá ya pasan de las dos de la tarde, puedo sentir cierto gozo al vestirme, como si al terminar, todo cubierto, tuviera algún grado de superpoder que nadie puede ver, o del que nadie puede saber. Hago una última revisión antes de entrar para asegurarme que todo esté en su lugar, que puedo ver y respirar lo necesario, ya dentro no hay salida y no puedo volver a tocarme la cara o el traje para acomodarlo, no en horas. He procurado no comer ni tomar líquidos antes de entrar, lo he aprendido en el transcurso de los días, sería un error hacerlo. Recorro la cortina y puedo ver desde aquí la entrada al área de pacientes, grandes puertas de cristal templado, todo cerrado, y detrás de eso, un ambiente casi fúnebre.

Estoy adentro, “buenas tardes”, hay que gritar casi para que te escuchen alrededor, para que tu voz atraviese las mascarillas. Mis enfermeros también uniformados, algunos ya con los lentes empañados están preparados, bromeamos un poco con la situación, pero esperamos muy en el fondo no recibir ningún paciente. En esta área recién abierta hay sólo seis camas. Sabemos que esto apenas empieza. Está todo impecable, luces encendidas con una luz tenue, camas tendidas, ventiladores nuevos casi en cada cubículo, todo en orden: abastecidos con “lo necesario”.

Nos vamos acostumbrando a no tocarnos la cara, a limpiarnos las manos escondidas bajo un doble par de guantes que nos aprietan los dedos, nos vemos a los ojos, desde ahí se puede saber si te sonríen, y con sólo esa ventana hemos aprendido a distinguirnos, supongo que tomamos en cuenta otras cosas que nos caracterizan, desde reconocer la espalda de alguien, unos lentes, hasta la estatura, el porte de alguien a través del uniforme, el andar; aun así siempre trato de llevar mi nombre al frente para que puedan leerme y reconocerme. A veces hay gente nueva. 

El tiempo aquí puede volverse confuso, pueden parecer horas y ser minutos, o todo lo contrario. Desde el otro lado de la puerta nos avisan que ha llegado una ambulancia y el paciente viene directo a nuestra área. El único aviso que nos dan es que parece tener mala oxigenación, por lo que fue trasladado desde un poblado cercano. Me pongo nerviosa. Se empieza a sentir más calor, da la sensación de poder respirar menos a través de la mascarilla, y los lentes empiezan a empañarse. Me digo a mí mismo que estoy lista para recibirlo, aunque en realidad no estoy segura. Los enfermeros empiezan a preparar y acercar en una mesa de metal. Escucho las ruedas acercarse y el material golpeando contra el metal. Se abren las puertas, y veo en el pasillo caminar hacia nosotros a Pedro, sesenta años, moreno, canoso y delgado. Es más alto que yo y viste un pantalón café y una playera a rayas que tendrá que retirarse una vez que esté dentro. Camina con su esposa a un lado. Imagino que si lo han traído caminando quizá no sea tan grave. Lo recibimos, lo hago pasar, le indicamos sentarse en la primera cama, me dirijo a su esposa desde la orilla de la puerta para decirle que es un área aislada y Pedro tiene que quedarse aquí con nosotros y ella deberá permanecer fuera, por el alto riesgo de contagio, hasta que podamos tener más información. Ella asiente. Camino hacia donde parece que ocurre todo. Me paro a un lado de la cama, y mientras le explicamos algunas cosas empiezo a interrogarlo. Hay que saber todo de él, su familia, viajes, contactos, días, fiebre. Ya sentado en la orilla de la cama puedo darme cuenta que está fatigado, respira rápido, pero se le ve tranquilo, le colocan el monitor y en unos segundos se puede ver la frecuencia del latido cardiaco, tiene taquicardia, su oxigenación es baja, muy baja. Me desanimo un poco entonces, pero trato de pensar que puede recuperarse, reviso en mi cabeza sus antecedentes, y pienso… “Tal vez”.

Una vez instalado en su cama, bajo las sábanas blancas y con la mascarilla de oxígeno puesta me dispongo a acercarme a Pedro, trato de ser explícita, quiero, y necesito ser muy clara.

Al otro lado de la cama el enfermero trata de adecuarse a esta nueva forma de tener que colocar un catéter, vistiendo todo el uniforme, en medio del calor, con los lentes escurriendo y los dedos un poco torpes, apenas le da para dar una mirada limpia por una orilla del lente y utiliza esa oportunidad diestramente.

—Pedro, probablemente te has contagiado y la infección está en tus pulmones, tu respiración es rápida y la oxigenación es muy baja, trataré de que mejores con el oxígeno a través de la mascarilla, vamos a tomar unas muestras de sangre, unas radiografías y veremos cómo progresas.

Puedo ver cómo pasa de incertidumbre a miedo, como se abren sus ojos, trata de preguntarme y quizá preguntarse también a sí mismo en dónde contrajo el virus.

—¿Me voy a morir?

Me alzo de hombros y suspiro largo. En mi cabeza se entrelazan los números de los artículos, factores de riesgo, escalas pronósticas, ¿cómo comparar los números y estadísticas; y extrapolar en este momento tan real?

Trato de ser exacta, si empeora habrá que sedarlo y conectarlo a un ventilador, y hasta el momento sabemos que en esas circunstancias muchos mueren, pero quizá en una rendija de esperanza habrá la posibilidad de que no lo requiera y de que podamos ir disminuyendo el oxígeno como en un juego, si mejora le damos vuelta hacia abajo, y si no mejora será hacia arriba.

Sigue haciendo preguntas, y cada vez me parece más angustiado, y cada vez le crecen más preguntas, le salen del pecho, de las manos, del miedo y la incertidumbre, trato de resolver todas sus dudas y tranquilizarlo. 

—No quiero el ventilador, ¿puedo hablar con mi esposa?

Se me eriza la piel, parece todo más pesado que nunca, más difícil, más despacio, esto no es normal, no debería serlo. 

Me dirijo hacia la ventana de cristal, justo al lado de las puertas, desde aquí podemos dar recados escritos a través de ellas, hago una seña hacia afuera para que se acerque alguien, he pedido en el papel traer a la esposa de Pedro.

Se acerca a la puerta, se ve más joven que Pedro, es bajita, con aspecto un tanto desorientado, me acerco un poco y le vuelvo a explicar lo mismo que he dicho a Pedro, se ve nerviosa y preocupada, junta sus manos y no deja de moverlas, la dejo asomarse por la puerta mientras Pedro desde su cama le dice que no quiere intubarse.

—Oye, ya me explicó el doctor, dice que mis pulmones están mal y que puede ser que necesite un ventilador, pero no lo quiero.

Desde adentro, parado entre Pedro y su esposa observo la escena, mientras se me revuelven las entrañas, me siento incapaz, es imposible no estar ahí, no presenciar lo temible y terrible que debe ser no poder saltar de la cama, abrazar a tu esposa, quizá una última vez, guardar su aroma, tocar su cabello y guardarlos en la memoria mientras esperas en cama. Se quedan así separados, por el aire, una franja, algo que les dice que a partir de ahí no pueden acercarse, ¿cómo te despides de alguien que está ahí, desde lejos, sin tocarse, tal vez para siempre? 

—Te amo, gracias por todo, gracias por estar conmigo todos estos años, diles a los muchachos que los quiero, te amo, no te preocupes, te amo…

Me parece haberlo escuchado repetir “te amo” decenas de veces. Se aferra a las sábanas, su esposa sólo asiente, y pregunta si está seguro. Puedo ver una lágrima desde sus ojos, estoy aquí sin decir nada tampoco, también tratando de retener en mis ojos una lágrima. No me parece estar preparada para esto, y me pregunto si deberá ser así desde ahora. Doy una mirada a su esposa, ella da la vuelta y la veo irse por el pasillo hasta perderla de vista.

Regreso con Pedro, está quizá más angustiado que antes, yo lo estaría. Sigo intentando guardarme todo, fingir, porque debo acercarme a él. Siento la necesidad y el deber de ser quien le dé consuelo. Debo estar tranquila y completa. Le digo con voz firme, que por el momento, con el oxígeno alto podemos mantenerlo. Doy vueltas una y otra vez, y así pasa la tarde. Pregunto de cuando en cuando cómo se siente. Veo de reojo el monitor, un tanto ansioso, como si buscara una mejoría mágica de su salud en minutos, como si no fuera éste un asunto impredecible. 

Ha llegado el momento de salir, el médico del siguiente turno está llegando. Me despido de Pedro, le deseo mejoría. Es momento de empezar el ritual para retirar el uniforme: un error, un paso antes, un descuido y podría enfermar también. Mientras me retiro todo, sigo pensando en Pedro, la escena, las palabras, el futuro, los pacientes que vengan, sus familias, la mía. Me dirijo a casa y no lo puedo evitar. En mi cabeza se repite un “te amo” y veo el rostro de Pedro, repaso la silueta de su esposa, “te amo”, “adiós”, esta vez no puedo contenerme. Me voy a dormir.

Llego al hospital nuevamente, parece todo tan pesado, me acerco al área y trato de asomarme por la ventana sin lograr ver nada a través del cristal templado, encuentro al médico que estuvo en el turno previo, en su uniforme azul, cansado, con el rostro vencido y la cara marcada por la mascarilla y los lentes, como si hubieran querido incrustarse a su nariz y su frente. Me observa de lejos y levanta los hombros. Ávido de respuestas, pregunto por los pacientes, por Pedro. Me da una negativa con la cabeza.

—El paciente que estaba en la cama uno se deterioró, lo intubé hace como dos horas. Me dice, como rendido.

Me dio escalofrío, sentí una pedrada en la cabeza. Volvieron a aparecer imágenes y frases del día anterior, le di mil vueltas. Vi abrirse la puerta del área aislada y alcancé a ver la cama vacía.

—Y entonces, ¿dónde está? — Pregunté.

—Fue trasladado a otro hospital.

*Esta crónica fue publicada originalmente en el libro Salud y literatura (Comp. Jesús Rito García), ed. Pharus, 2021.

** Dra. Alejandra Galindo, (1988) es originaria de San Juan del Río, Querétaro. Médico especialista en Medicina de Urgencias.

Voces de la Valentía. Mujeres en Primer Plano

Esta edición bajo el título de Mujeres Medicina tiene el objetivo de visibilizar y agradecer el trabajo de muchas mujeres que han estado en la primera línea de atención ante un virus que nos mostró que el modelo de vida neoliberal y consumista que tenemos debe modificar- se, que tenemos una oportunidad de generar y aprender otras formas y modos de convivencia que fortalecezcan las redes de solidaridad y apoyo mutuo. Las historias de Diana y Sara son apenas una muestra de muchas otras experien- cias de fortaleza, dignidad y amor que se desarrollaron en todas partes -casa, escuela, hospitales, comunidad, calles.

Para vivir y contarla hay que tener redes de cuidado

Por Nallely Guadalupe Tello Méndez

La imprudencia del amor

Hace unos días me contagié de Covid. Tengo claro el día: un domingo, en casa de una de mis tías que tenía varios días enferma y necesitaba ayuda para sus cuidados. En fin, que ahí, junto con otra tía y una prima nos contagiamos -llegamos en horarios distintos, ni nos vimos pero no era necesario para compartir el virus unas horas después-.

Cuando tuve el diagnóstico pensé que el riesgo del contagio por visitar a mi familia lo había asumido desde el inicio de la pandemia y que ¡listo, ya estaba sentado en la mesa para servirse mis pulmones! No tuve miedo si no la certeza de que había que aceptar lo que estaba y actuar en consecuencia, no más.

Desafortunadamente, el día que había comenzado a tener síntomas también me había mojado mucho -otro furibundo acto de amor-: mi tía, la enferma A, cumplía años y aprovechando que yo estaba en el pueblo, mi primo tuvo la gentileza de invitarme al pastel que partirían solo ellos dos. Gran aguacero el que me agarró en la vereda y aunque me cambié rápidamente, la fiebre de esa noche y de la siguiente la atribuí a eso. Dos días después no pude oler el vaporrup pero, como sea me lo unte porque ése, como los postres, va directo al corazón, pensé.

Pintura realizada durante los días de la convalecencia

Pedí una prueba de antígenos a la mañana siguiente, solo para confirmar lo que ya sabía dado que al probar el primer bocado del desayuno tampoco tenía gusto, de por sí nunca ha sido muy exquisito mi paladar pero sé reconocer entre lo dulce, lo salado y nada.

Lo que siguió fue una larga lista de llamadas:

Mamá:

-Ma, tengo Covid (Nótese que tampoco tengo tacto para dar noticias importantes)

-Vente a casa, qué vas a hacer por ahí sola

-Mami, en esta enfermedad la gente se aísla. No es que no quiera que me cuides es que puedo contagiarte a ti y a mi hermano. Tú no te preocupes, échame de ves en cuando unas frutas y sobrevivo.

-Terca.

-Yo también te quiero, ma.

(un momento de juicio en eso del amor vino bien a estas alturas)

Hermano, trabajo, amistades cercanas…

-Si necesitas algo, avísanos.

Acto seguido de que dicen “avísanos” comienzan a llegar mensajes y llamadas “¿estás bien? ¿Necesitas algo? ¿Ya tienes oximetro? ¿ya te tomaste la oxigenación? ¿Qué estás comiendo?¿Te llevo algo?¿vas a quedarte sola?”… Todo eso que es parte del enorme, enorme, enorme privilegio de la amistad, el cariño y la preocupación, también cansa cuando una tiene este virus. Hay días en que dar la vuelta en la cama es motivo de un cansancio infinito ¿hablar? Cada dos palabras tenía un ataque de tos y mientras me oían sacar los pulmones en el teléfono me decían: “si te oyes muy mal”, “si se oye que tienes mucha tos” ¡Claro, y voy a tener más mientras más hablemos! Terminaba por decir para cortar la conversación.

Como he dicho, no tuve miedo de tener el Covid pero tuve miedo del miedo que tiene la gente de enfermar.

A veces la ansiedad del acompañante satura a las pacientes. No voy a decir novedades pero creo debemos trabajar nuestro miedo a la enfermedad y a la muerte, ambas son parte del “peligro de estar vivos” y también como alguna vez me dijo una terapeuta debemos aprender a “contener nuestros deseos de ayudar” porque esa es nuestra necesidad, no de la otra persona. Estar enferme no necesariamente nos resta capacidad de decisión, no nos tendría que volver el objeto de quienes nos acompañan.

El tratamiento de las “Perlas de la Virgen”

Después de un tac de tórax y varios análisis de sangre dijeron que tenía neumonía y me mandaron siete medicamentos, uno de ellos particularmente carísimo. Sí, sé de la industria farmaceútica; sí, escuché del cloro; sí, quizá pude atenderme solo con tés y vaporizaciones -que quiero aclarar no dejé en ningún momento- pero cuando la ecuación fue “Covid+Neumonía/Tiempo” yo decidí echar toda la carne al asador. Si ya está una perdiendo la salud, lo ideal es poder elegir de acuerdo a la escucha de su cuerpo qué quiere hacer, cómo quiere curarse o siquiera arriesgarse.

El medicamento que tuve a bien nombrar el “Perlas de la Virgen” es particular, grosera y nefastamente caro. Era simplemente inaccesible para mi presupuesto así que fui yo quien empezó a marcar teléfonos, pidiendo ayuda.  

Amistades/Familia

-Me dieron un medicamento que sale más caro que mi ataúd.

-Pero si le sumas la velación y lo que hay que dar en las nueve noches ya te sale más caro morirte. Mejor compra el medicamento, te prestamos y nos podemos cooperar entre varixs. Podemos rifar algo o lo que sea pero necesitas tomarlo.

Trabajo:

-Necesito apoyo. Este medicamento vale “las Perlas de la Virgen” por sí solo.

-No lo dudes. Pídelo. Vamos a ver cómo conseguir los recursos.

Hermano:

-Necesito todos estos medicamentos ¿Puedes ir por ellos?

-Ya los busco.

-Pásame tu número de cuenta para que te deposite

-Espera, parece que puedo conseguir varios, pero el caro de plano no.

….

-Listo!! ¡Me regalaron la mayoría!

-¿Cómo?

-Una amiga, Eli ¿la recuerdas? Su papá tuvo Covid y parece que le dieron ese mismo tratamiento y le sobraron bastantes. Paso a dejarlos a tu casa en una hora.

(Ojalá las historias alrededor del Covid fueran todas de generosidad pero no es así porque la humanidad tiene sus ambiciones, sus momentos de sacar provecho, sus complejidades y seguiremos lidiando con eso, siempre. Un domingo la persona que me inyectaba no podía venir y buscando quién lo hiciera un enfermero dijo que podía hacerlo por 500 pesos “fin de semana, paciente Covid, es tarde”. Nuevamente, alguna amiga -valiente y arriesgada-me salvó llegando a mi casa exclusivamente para ponerme el medicamento necesario. Ella se veía confiada pero a mi cada minuto que pasaba en mi casa me daba ansiedad pues no quería que estuviera demasiado tiempo expuesta al virus que deambulaba todo el espacio).

Retomando, el día que llegó el “Perlas de la Virgen”, me sugirieron hospitalizarme, dijeron que podrían tenerme en observación, que sería muchísimo mejor pero la reacción inmediata de mi alma fue decir que de ninguna manera. Apenas iba a empezar la toma de los medicamentos, no había dado chance a ellos y no me iba a meter a un hospital antes de eso. La lucha contra el Covid es física pero a su vez mental, espiritual y emocional, quería estar cerca de mis colores, de mi ropa, darme la vuelta y ver algo conocido, prender velas para no perder el ánimo o ver las fotos de mis abuelos a quienes, por cierto, bajé de su altar y los puse al lado de mi cama mientras les decía: “Estaban muy bien allá pero la lucha, papacitos, está aquí merito y les necesito”.

Negué, pues, la amable sugerencia de hospitalización. Además, habiendo conseguido el medicamento me parecía injusto ocupar una cama de hospital que quizá alguien podría requerir con más urgencia que yo. Ya las desigualdades se me hacían grotescas como para ocupar un espacio que a otro podría salvarle la vida, como a mi el medicamento bendito. Es probable que mi buena intención no ayudó a nadie. A los pocos días de esto se anunció que por adeudos de los Servicios de Salud de Oaxaca (SSO) 19 hospitales básicos y 11 generales se quedarían sin oxígeno, en plena tercera ola de Covid.

Siempre he sabido que quiero morir en mi casa, rodeada de mis cosas y mis recuerdos. Obviamente cuando me negué no es que pensara en morir pero sentí que con todo el amor que tenía detrás esa propuesta también atentaba contra mis necesidades, contra mi ruta de afrontamiento del Covid que pasaba por fortalecer mi alma, sobre todo con otras personas de mi familia con el virus y cuyos síntomas un día estaban mal y otros peor.

Sé que el tiempo apremia en estos casos, sé que siempre tendremos dudas de si estamos haciendo o no lo correcto, lo necesario, lo fundamental cuando nuestras personas queridas están enfermas pero no debemos olvidar que son ellas quienes están poniendo el cuerpo y por ese hecho debemos tener un gesto de escucha, de acompañamiento, de reconocimiento de su dignidad y mientras sea posible respetar sus decisiones.

Las personas enfermas estamos perdiendo muchas cosas: la salud, la dignidad porque tenemos que ser vistas en condiciones que no elegimos, la poca movilidad que nos quedaba para postrarnos en cama -en mi caso 16 horas boca abajo- y sé que queremos “salvar” a las personas que amamos pero como alguna vez le escuche decir a Anisha Ayappa -sanadora-: “Podemos llegar con todo nuestro fuego y pirotecnia pero tenemos que cerrarle la puerta al ego para trabajar lo que la compañera está dispuesta y lista para trabajar”.

Tuve que mojar fósforos ajenos para ver encender mi luz y salir de ésta pero, aun enfermo, el cuerpo es sabio y me ha costado tanto aprender a escuchar al mio que ahora que lo estoy haciendo no le voy a dar la espalda.

En el sexto día de la toma del “Perlas de la Virgen” me enteré de la muerte del pintor juchiteco Francisco López Monterrosa. Tengo una pieza suya en la pared de mi casa que se llama “La gorda”. Varias compañeras se cooperaron para podérmela regalar en un cumpleaños.

Nunca vi en persona al maestro Francisco pero con la noticia de su muerte circulando en el face entré a su muro y vi que unas horas antes de fallecer pidieron para él ese mismo medicamento que me a mi me había salvado: “A todos nuestros amigos y público en general: se solicita encarecidamente el medicamento Baricitinib 4 mg urgentemente, es para continuar el tratamiento de mi hermano Francisco López Monterrosa, ya que está agotado en el Istmo, no importa si son tabletas sueltas ni el precio, son vitales para el tratamiento de mi hermano Francisco…”. Supongo que no alcanzó a llegarle para salvar su vida.

Pasé esa tarde mirando el regalo de mis amigas y pensando en la desigualdad, en la falta de acceso de medicamentos en las regiones de Oaxaca y también en que estoy viva y puedo mirar nuevamente el horizonte, como la mujer del grabado que el maestro tuvo a bien firmar :“Para Nallely, con afecto”. Para la vida, mi vida, diría yo.

Dice Marta Gómez en Canción Confinada “Que nadie venga a decirme que en el mismo barco andamos. Unos en el mar nadamos otros casi en tierra firme”.

Sé que voy en el barco de las y los privilegiados porque tengo un empleo que me permitió ahorrar y enfrentar económicamente varios gastos, porque tengo unas compañeras de trabajo maravillosas que no escatimaron en su apoyo para mi, porque tuve acceso a atención médica, porque tengo una red de afectos que no solo me allegó la medicina, sino que trajo a mi casa pan para aminorar las penas, totopos y chintextle para animar mi comida, fruta; porque me enviaron música, poemas, fotos, audios, flores, velas, mensajes; porque hicieron oración por mi; porque tengo un hermano increíble que siempre estuvo al pendiente mío y en el día de su cumpleaños puso toda su disposición para ayudarme, este año le debo el festejo y quizá, también la vida.

Muchas veces tenemos que renacer, parirnos a nosotres mismes, tomar las manos de a lado y pujar por nuestra propia vida.

Vamos a seguir cometiendo imprudencias -no quiero animar a ellas- pero todes queremos cuidar a quienes amamos, todes tenemos neuronas espejo que actuarán en su momento para bien o para mal, todes tendremos que tomar decisiones querramos o no; aun así como uno es capaz de enfermarse por amor, también es posible sanar a través de él. El amor y la rabia ante la desigualdad y falta de acceso de las “Perlas de la Virgen” se multiplican y organizan en redes que hay que fortalecer día con día para que consigan la colecta de medicamentos que salvará a otres, para que las denuncias sobre las injusticias e inequidades sean escuchadas, para que la comida llegue a la puerta de quien no puede salir, para que los pacientes sanen o quienes mueren tengan un entierro digno. Ojalá que todes sumemos esfuerzo a estas redes para que sigan teniendo la fuerza suficiente para sostener, acunar, pescar o relanzar la vida.

Las redes salvan. Son nuestras y somos nosotres, salvándonos en este mar oscuro que nos toca atravesar como humanidad, ojalá que sean tantas, suficientes y tan fuertes que quepan en ellas las más vidas posibles.

Curanderas tradicionales durante la Covid 19. Entrevista con Diana Pérez Gutierrez.

Oaxaca es un estado que se caracteriza por su diversidad cultural, un ejemplo son las formas en las que se cura en las comunidades, como el ir con una parteras, curanderas o sobadoras.

En muchos de los casos, las personas sanadoras son mujeres, guardianas de conocimientos ancestrales y que tienen un vínculo espiritual con la naturaleza. En algunos lugares donde no existen servicios de salud son las únicas que pueden dar atención.

En esta emisión queremos reconocer a todas las personas que se dedican a la sanación y que pusieron todos sus conocimientos para salvar las vidas de muchas personas que se contagiaron de COVID19.

Por esto, conoceremos la historia de Enimia Diana Pérez Gutierrez, curandera de Santa María Tlahuitolpec.